Clasicistas contra románticos

Los hechos históricos incidieron en el cambio de la cultura criolla y propiciaron el escenario adecuado para la aparición de una corriente de pensamiento idealista. La Guerra Grande (1843-1851), que dividió al país en dos gobiernos (el del Cerrito y el de la Defensa), constituyo el marco político perfecto para que se expresara con ímpetu el espíritu romántico.



La Restauración de Oribe sostuvo desde el Cerrito un orden de cuno hispánico y tradicional, basado en el respeto a las leyes y a la Iglesia, y tuvo como figura mas ilustre al doctor Carlos Villademoros (1806-1853), abogado, periodista y escritor que poseía una solida cultura.

El joven Villademoros, adherido a la tradición estética y a los valores del clasicismo español, fue una de las excepciones dentro de un mundo intelectual que, en su mayoría, se entrego al romanticismo, a la «civilización» y al gobierno de la Defensa. Entre sus composiciones literarias, recogidas en el Parnaso Oriental de Luciano Lira, destacan el poema dramático Los Treinta y Tres y Oda a Oribe.

Otro partidario del gobierno del Cerrito fue el ensayista y poeta Bernardo Prudencio Berro (1803-1868), clasicista de gran rigor estilístico y buen conocedor de los autores latinos, que escribió la Oda a la Providencia y La epístola a Oricio.



Debido a los avatares políticos argentinos, antes de que se iniciara la Guerra Grande Montevideo se había convertido en el centro de las letras platenses. Los intelectuales argentinos que chufan del gobierno autocrático de Juan Manuel de Rosas se refugiaron en la capital entre 1838 y 1840, insuflándole un aire romántico y guerrero.

En su mayor parte pertenecían a la Asociación de Mayo, la nueva generación porteña opuesta a los clasicistas como Juan Cruz Varela y su hermano Florencio. Fue en este periodo cuando los doctores comenzaron a sustituir a los caudillos, al tiempo que la intelectualidad de los salones difundía la formula «civilización contra barbarie», creada por el argentino Domingo Faustino Sarmiento.

La barbarie representada por el gauchaje y la campana debía ser vencida por el avance de la ciudad, que no vacilaba en aplicar los métodos más crueles. Contiendas con degüellos y exhibición de cabezas en lo alto de una pica eran el acompañamiento sangriento de la batalla pueril entre clasicistas y románticos, que los intelectuales del otro lado del Plata libraron dentro de las murallas de Montevideo.



En la capital uruguaya, que estuvo gobernada durante la Guerra Grande por la Defensa, todos los autores literarios eran políticos, periodistas o doctores. Los uruguayos Juan Carlos Gomez, Alejandro Magaririos Cervantes, Santiago Vázquez, Andrés Lamas y Adolfo Berro fueron las plumas más destacadas, junto a los argentinos Juan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi, Miguel Cané, Esteban Echeverría, José Mármol, Luis Domínguez y Bartolomé Mitre, unitarios que habían arribado a las costas orientales huyendo del despotismo de Rosas.

El crítico Alberto Zum Fede afirma que la mayoría de ellos, «mas que escritores parecen personajes para un escritor». En efecto, esta idea aparece ejemplificada por José Mármol (quien lanzo iracundos versos contra la tiranía de Rosas, por causa de quien vivió proscripto y entristecido), Esteban Echeverría (que se exilio en Montevideo en 1840 y alii murió al finalizar la guerra) y Juan Carlos Gomez (que, entre muchas aventuras, vivió suspirando por el amor perdido de Elisa Maturana, quien, casada con su enemigo Carlos Villademoros, murió repentinamente de un colapso nervioso).

0 comentarios:

Publicar un comentario